Hay, Horacio, cosas en el cielo y en la tierra que tu filosofía no puede comprender.
Hamlet
Ash Nazg durbatulûk, ash Nazg gimbatul, ash Nazg thrakatulûk agh burzum-ishi krimpatul

miércoles, 8 de mayo de 2013

Los Cuatro Teólogos


Neo

No estoy seguro de nada, pero apenas subí al colectivo, estuve seguro de la presencia de El Maestro.

Tomé el 134 en Constitución. El día, cargado de esa densa capa de nostalgia que tienen los días nublados, traía esporádicas ráfagas de lluvia. No había ya asientos libres en el coche; me limité a recostarme contra una de las ventanas en mi afán de poder leer.Enseguida recordé lo que, instantes atrás, había llamado mi atención. Sentado sobre las barandas para discapacitados, estaba Él. Tenía que serlo. Aquél del que mi madre me había hablado desde pequeño. El Santo Maestro. Tendría, aunque esto es incierto y blasfemo, sesenta inviernos en su rostro poblado de una fina barba blanca. Sus ojos parecían observar la totalidad del colectivo, como si pudiese saber qué hacía cada pasajero en cada momento. Me sentí intimidado cuando sus ojos se reposaron en mí, mas una felicidad me invadió ¡El Maestro se fijaba en mí! Tantas noches de rezos habían dado sus frutos.

La lluvia había congregado a un interminable embotellamiento en las calles porteñas. Tenía sueño, me sentía cansado y sólo quería dormir. Pero ahí estaba, no sé si mirándome, la presencia de El Maestro. Debía hacer buena letra. A cambio, Él me daría el paraíso cuando llegase mi turno y debiera bajar del colectivo. Percibí un asiento libre, uno de los primeros. Me dispuse a sentarme allí cuando el Creador me reprochó con la mirada. Ese lugar era para ancianas, aunque no había ninguna. Pero él tendría sus Santas Razones.

Comenzó a llover con más fuerza. La lluvia siempre me había cautivado. Me detuve a mirar con una sonrisa ese espectáculo. El Maestro me observó con desagrado. Dejé de sonreír, a Él no le gustaba. Ya habría tiempo para reír en la otra vida, la que viene después del colectivo.

Ya a mitad de camino, surcando la Avenida Caseros, subió una joven que cautivó toda mi atención. Paso por al lado mío con su delicado rostro, rodeada de una armonía hipnótica. La observé por unos minutos, estupefacto ante esa sensación que me daba. Quise hablarle, cautivado por su sonrisa. No me dejé hacerlo. La carne es pecado. Lo había dicho el Maestro, aunque yo nunca lo escuché hablar. De hecho, en este viaje no había pronunciado palabra alguna.

Una angustia desesperante estaba en mí. Me sentía imposibilitado de todo, como un náufrago que ve varias islas pero no puede llegar a ninguna. La idea de la nueva vida, llena de felicidad, que me estaba ganando con mi sacrificio, me reconfortaba. Lentamente comencé a desarrollar un placer por reprimir mis instintos. El Maestro debía estar orgulloso.

No me atreví a mirarlo para corroborar mi felicidad. 

Las fuentes apagadas del Parque Chacabuco me advirtieron los últimos trazos del viaje. El momento de la verdad había llegado. ¿La gente se apresuraría a morir en esta vida de transporte público, para llegar al paraíso? Lo sabría en breve. Sí sabía que El Maestro, incuestionable, bajaría conmigo. ¡Cuántos elogios me diría por mi actitud! Enseguida me reprendí; no debía esperar nada de Él.

El 134 dobló en Avenida Goyena. Con exquisito deleite, oprimí el botón que anunciaba el final de este tramo en la infinita vida que da El Maestro. Me sentí tan rebosante de confianza hacia Él que no miré atrás; sabía que estaba atrás mío, esperando bajar. Miré por última vez a ese elenco de pecadores; los asientos vacíos, los obreros blasfemos, las parejas riendo (percaté, con temor a la ira de El Maestro, a dos hombres besándose), la joven. Sentí lástima de ellos. Eran tan felices allí, que sus pecados no los dejarían bajar nunca. Llegó mi parada.

Bajé en Goyena y Puán, con la extraña sensación de lo habitual. Miré al colectivo; El Maestro no se inmutó ante mi despedida y siguió viaje. Quise decir todo, pero no pude. Un nudo me oprimía la garganta. Caminé, incompleto, hacia la vida de siempre, como todos los días.


 Jesús

"Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz "Elí, Elí, lemá sabactani" que significa "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Mateo 27. 46


Antígona en Babilonia
-Dios te ama
¿Acaso no apreciás lo feliz que sos?-
Con una daga en el corazón
Y los gusanos corroyéndote de noche
descomponiendo los tejidos de tu ser;
Los cuajos de tu carne caen por la cama
-Es el amor de dios-
¿Acaso no ves a la gente revolcándose en la tóxica miseria, en la basura?
-Ciego hereje, Dios nos dio todo-
Somos felices, colmados de dolor. Vestimos con trajes elegantes la tragedia.
-Es el santo amor de Dios-
Y ese padre penetrando al niño, violando su inocencia y su ser
¿Dios permite eso? ¿Somos la imagen y semejanza de un violador?
-Dios nos viola por amor-
Él creó al humano, la miseria y el horror
transmutando la muerte en la lluvia de alquitrán
que nos desgarra de soledad ¿Por qué no nos pide perdón?
-Porque nos ama y ama nuestro sufrimiento ¡Ama su misericordia!
¿Nos creó para su espectáculo? ¿Por qué no hace nada para cambiar el dolor?
-Porque es el santo orgasmo del Señor, ámalo por sobre todas las cosas.-
Dios perverso, Dios con rencor, ¿Qué es esta vida macabra de putrefacta pasión? 
-Debes arder en la hoguera, por blasfemar al Creador. Dios nos da amor.-
¿Y dónde está tu amor, en el castigo?
-Arderás en el infierno por sufrir, Dios te ama y quiere verte morir por siempre.-


Nietzsche

"Nada más diametralmente opuesto, en efecto, a la interpretación, a la justificación puramente estética del mundo aquí expuesta, que la doctrina cristiana, que es y quiere ser sólo moral y con sus principios absolutos, por ejemplo, con su veracidad de dios, relega el arte, todo arte, al recinto de la mentira, es decir, lo niega, lo condena, lo maldice. Detrás de semejante manera de pensar y de valorar, que por poco lógica y sincera que sea, debe ser fatalmente hostil al arte, yo descubro en todo tiempo también la hostilidad a la vida misma, ya que toda vida reposa en la apariencia, el arte, ilusión, óptica, necesidad de perspectiva y de error. El Cristianismo fue, desde su origen, esencial y básicamente asco y disgusto frente a la vida, sentidos por la vida, que no hacen más que disimularse y ocultarse bajo la máscara de la fe en otra vida, en una vida mejor. El odio al mundo, la condena a las pasiones, el miedo a la belleza y al sensualismo, un más allá futuro inventado para denigrar mejor el presente, un deseo de aniquilación, de muerte, de reposo, hasta llegar al sábado de los sábados: todo esto, así como la voluntad absoluta del Cristianismo de tener en cuenta sólo valores morales, me pareció siempre la fórmula más peligrosa de una voluntad de aniquilamiento, por lo menos un signo de laxitud morbosa, de profundo abatimiento, de agotamiento, de empobrecimiento de la vida. En nombre de la moral, debemos siempre condenar la vida, porque la vida es algo esencialmente inmoral. Debemos, en fin, ahogar la vida con el peso del menosprecio y de la eterna negación, como indigna de ser deseada y como lo no válido en sí. La moral misma ¿no será acaso una voluntad de negación de la vida, un secreto instinto de aniquilamiento, un principio de la ruina, de decadencia, del comienzo de un fin y, por consiguiente, el peligro de los peligros?"

Nietzsche, "Ensayo de Autocrítica" en El origen de la tragedia.

Matías Alvarez (mayo 2013)