Una lápida del norte de Inglaterra representa, con torpe ejecución, un grupo de guerreros nortumbrios. Uno blande una espada rota; todos han arrojado sus escudos; su señor ha muerto en la derrota y ellos avanzan para hacerse matar, porque el honor les obliga a acompañarlo. La balada de Maldon guarda memoria de un episodio análogo. Se trata de un fragmento; los invasores noruegos piden tributo a los sajones; el jefe sajón, que comanda unas improvisadas milicias, responde que lo pagarán con sus viejas espadas. Un río separa a las dos huestes; el jefe de los sajones permite que lo atraviesen los vikings, «los hombres de las naves a la tierra, en alto los escudos». El duro combate se entabla; los «lobos de la matanza», los vikings, apremian a los sajones; el capitán sajón, herido de muerte, agradece a Dios con su último aliento todas las dichas que ha tenido en el mundo. Lo matan y uno de sus hombres, que es un anciano, dice: «Cuanto menor sea nuestra fuerza, más animoso debe ser nuestro corazón. Aquí yace nuestro señor, hecho pedazos, el que más valía, en el polvo. Quien quiera retirarse de este juego, se lamentará para siempre. Mis años ya son muchos y me quedaré a descansar; junto a mi señor, a quien quiero tanto.» Uno de los sajones, Godric, ha huido cobardemente, en el caballo de su señor. El fragmento concluye con la mención de la muerte de otro Godric, «ese no era el Godric que huyó».
La balada de Maldon, como las venideras sagas escandinavas, abunda en pormenores circunstanciales, sin duda históricos. En el principio se habla de un joven, que ha salido a cazar; al oír el llamado del jefe, «dejó que de su mano el querido halcón volara al bosque y entró en la batalla». Dada la dureza épica del poema, la frase «el querido halcón» nos conmueve singularmente.
El carácter homérico de la balada ha sido justamente alabado. Legouis la compara con la Canción de Rolando, pero hace notar que Maldon tiene la desnuda severidad de la historia, y Rolando el prestigio de la leyenda. En el cantar sajón no hay arcángeles, pero también florece el coraje en medio de la derrota.
La balada de Maldon, como las venideras sagas escandinavas, abunda en pormenores circunstanciales, sin duda históricos. En el principio se habla de un joven, que ha salido a cazar; al oír el llamado del jefe, «dejó que de su mano el querido halcón volara al bosque y entró en la batalla». Dada la dureza épica del poema, la frase «el querido halcón» nos conmueve singularmente.
El carácter homérico de la balada ha sido justamente alabado. Legouis la compara con la Canción de Rolando, pero hace notar que Maldon tiene la desnuda severidad de la historia, y Rolando el prestigio de la leyenda. En el cantar sajón no hay arcángeles, pero también florece el coraje en medio de la derrota.
"Entonces comenzó Byrhtnoth a arengar a los hombres
Cabalgando les aconsejó, enseñó a sus guerreros
Cómo debían pararse y defender sus lugares
Les ordenó que sostuvieran bien sus escudos
con sus puños firmes y que no temieran.
Entonces cuando sus huestes estuvieron bien ordenadas
Byrhtnoth descansó entre sus hombres donde más le gustaba estar
Entre aquellos guerreros que él sabía más fieles"
Cabalgando les aconsejó, enseñó a sus guerreros
Cómo debían pararse y defender sus lugares
Les ordenó que sostuvieran bien sus escudos
con sus puños firmes y que no temieran.
Entonces cuando sus huestes estuvieron bien ordenadas
Byrhtnoth descansó entre sus hombres donde más le gustaba estar
Entre aquellos guerreros que él sabía más fieles"
Constancia: la segunda parte de la quinta línea exclama "y que no temieran"
Traducida a un remoto anglosajón, el de Beowulf, se entiende como "and ne and ne forhtedon na".
Traducida a un remoto anglosajón, el de Beowulf, se entiende como "and ne and ne forhtedon na".
Unos guerreros despojados de toda armadura más que el irrevocable coraje, caminando por un destino conocido, una muerte que no es tan trémula. La frase "y que no temieran" no es en vano el epitafio de Borges, como el de todos nosotros. Por que la muerte es un cambio, una grandiosa revolución a la cual le precede una crisis, le procede una iluminación irreconocible por el mortal, aliada del inmortal.
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