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Simplemente quise escribir eso. Porque a veces es mejor vivir en un mundo imaginario que en la cruda realidad. El problema del mundo imaginario es que una vez que se sale afrontar la realidad es mucho más cruel y hasta llega el momento donde nos abandonamos a nuestra imaginación.
No sé si quiero que se acabe el tormento. No sé si quiero que se acabe el éxtasis. Solo sé que es un momento divino, una sensación ajena en mi propio mundo… ¿Qué podemos hacer ante una situación desconocida? La mayoría le teme a los cambios, más si son cambios que uno no sabe o no está preparado, irónico en estos tiempos. Y sin embargo ahora solo hay un vacío, un lugar donde el cielo y el infierno se mezclan, donde la alegría y tristeza son una y donde yo no puedo tomar decisiones pues no estoy preparado para sus consecuencias.
No sé si quiero que se acabe el tormento. No sé si quiero que se acabe el éxtasis. Solo sé que es un momento divino, una sensación ajena en mi propio mundo… ¿Qué podemos hacer ante una situación desconocida? La mayoría le teme a los cambios, más si son cambios que uno no sabe o no está preparado, irónico en estos tiempos. Y sin embargo ahora solo hay un vacío, un lugar donde el cielo y el infierno se mezclan, donde la alegría y tristeza son una y donde yo no puedo tomar decisiones pues no estoy preparado para sus consecuencias.
En mi opinión las fotografías que uno plasma en su mente, son mejores que las materiales, ya que las primeras tienen una emoción única, un único portal al anhelado pasado. Cuando me sumerjo en las junglas intrigantes de mi memoria la veo posando, veo su figura que inspira ternura y amor, a la vez que un angustioso sentimiento de impotencia en mi visión de futuro fracaso e imposible ganancia. Dicen que los imposibles no existen, pero las utopías si. El frío glacial de la noche, una de las más frías del año, congelaba mi ser, aunque mi esperanza servía para revivir mi entumecido cuerpo. Esperé por lo largo del día, esperándola en la parada del colectivo, hasta que llegó. Sus rizos negros se movían de aquí para allá, su cara, considerada infamemente aborrecible para la humanidad era para mí una aproximación a una belleza divina. Su rostro mostraba una mirada comprensiva, tranquilizadora, incluso hasta maternal. Si bien había ensayado mis palabras, me sentí terriblemente nervioso al saludarla. Mis piernas comenzaron a temblar. Respondió con un simpático “Hola, ¿Cómo andas? Te cortaste el pelo ¿No? Me gusta cómo te queda” ¡Oh mi estimado lector, qué curioso que tan simple frase denotara ese bochornoso liquido de irrisoria felicidad en mi ser! Pero esa efímera visita al paraíso duró apenas unos segundos y se desvaneció cual silueta de humo perdida en ráfagas veloces pues el ser humano, ambicioso de naturaleza, anhela lo imposible, lo desafiante, todo lo que carece. Charlamos un largo rato, reímos y tuvimos un buen momento. Un vago sentimiento de felicidad se posó sobre mí, una felicidad ciega que no conocía el decurso del porvenir. El amor es el segundo y el escape de la marea cotidiana, escalar una montaña y en su cima lamentar la imposible bajada hasta que las alas nos crezcan y escapemos de la hundida nostalgia. La luna asomaba su demacrada silueta de cráteres y plazas sin gravedad.
-Che, mira- le dice el chofer a su amigo- Juraría que ese tipo lleva más de media hora hablando solo.
Agosto 2009
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