Hay, Horacio, cosas en el cielo y en la tierra que tu filosofía no puede comprender.
Hamlet
Ash Nazg durbatulûk, ash Nazg gimbatul, ash Nazg thrakatulûk agh burzum-ishi krimpatul

lunes, 5 de enero de 2015

Sólo llevo tu imagen en mi mente

Raro el verse lagrimear así, sinvergüenza, entre tanta sequedad de espíritu. 2015. Extraño es el despojo de sentimientos atrofiados. El oír latidos, propios y ajenos, como tamboras. Son tiempos camaleónicos donde las tonalidades cambian según la ocasión. Donde se da en tanto y en cuanto se reciba. Son momentos donde pocos harían algo por vos. Donde nadie te llena, te desborda el alma, te invita a desafiar lo que vendrá. Claro que, en Lanús, otro mundo, un Principado, todo es posible. En estos pastos, pasan cosas. Es el abrazar un colectivo imaginario en un vibrante Estadio de los Sueños, una casa de fin de semana con dos arcos escondidos detrás de un escenario, donde todos, de repente, una noche de verano, resultamos siendo actores -y espectadores a la vez- de una función única donde los vivos no dejan de agradecerle a los muertos semejante herencia hecha bandera. Donde los más pibitos corretean sin rumbo pero a control remoto, contándose las estrellas sobre el escudo, golpeándose el pecho, sabiendo que en el cielo (y sobre la tierra) hay muchas más por bajar y estampar. Fiesta pagana, centenaria alabanza a esa casaca granate que fascina, de omnipotente color, de Norte a Sur. Somos todos. Uno.
Lanús somos. El club de la ciudad. El Club de Barrio Más Grande del Mundo. Sólo afrancesados por su nombre. Pequeños burgueses-baja clase media, algo quejosos, pretenciosos, hastiados, conformistas, cascoteros, ponedores de otra mejilla, solidarios, orgullosamente derrotados con envidiable hambre de revancha. En 1915. Ahora. Siempre quizá. Pura coherencia. A todo ritmo. Hoy, un poquito más que ayer, un poquito menos que mañana. ¿Qué regalarle entonces al que todo nos dio todo y al que todo ya tiene? La pleitesía, la incondicionalidad y el agradecimiento eterno no tienen precio. Somos parte de un constructo monocromático. Somos un Roca repleto, una Pavón que colapsa, la hermandad del Piedrabuena, el torno del Kennedy, la barrera de Castro Barros, el paso bajo nivel, la calesita de Plaza Sarmiento, la Esquiú picante, una pelota que no entra, el gol sobre la hora. A veces ganar; otras veces perder, perder, perder, rascar un empate. Y volver a intentarlo. Somos así. Ilustres desconocidos. Héroes anónimos. Vencedores vencidos. Porque así nos hicieron. Somos el carnet-librito, los Patrimoniales (Macchia, socio 3.450, un gusto conocerte), la Colonia de Vacaciones, el Gimnasio 1, el parquet pulido, la pileta, las piletas, el bar de Ucha, el quincho de Vitalicios, la conchilla de la pista de atletismo, el frontón, los partiditos en el fondo hasta que caiga del sol, el Poli, el tablón, el cemento, el micro escolar de Michela recorriendo el Ascenso, los viajes de la Peña recorriendo el país, la C, la B, la Primera, las Copas, el barco, el avión, Piraña y Japón, las caravanas sin fin, el boletín de Prensa, el bono contribución, Cuchu y sus mangazos, los déficit, los superávit, los pitos en contra, los que hablan sin saber, los llantos interminables… Lanús, cultura popular, escuela de vida donde ves llorar la Biblia contra un calefón...
Somos lo que somos. Lo que no pudimos. Y lo que queremos ser. Testigos, hace casi un centenar de años, del debut en Isla Maciel; del primer gol (de Emilio Malespada contra Buenos Aires); de la victoria bautismo contra Sportivo Suizo; del 4-0 del 18 a los vecinos lomenses (que invalida aquello de 'hijos nuestros'); de la improvisada fusión con Talleres, el verdadero clásico; de la mano artística de Pointis para bocetear el escudo; de la prosa de Cao e Ilvento para crear la marcha; de las patas blancas y goleadoras de Arrieta; del descenso vil del 49; de la sede que levantó la venta de Florio; de los Globettroters y el subcampeonato del 56; de las paredes de los Albañiles; del Nene Guidi, hombre con fútbol y calle; del flamear del trapo rojo de remate; de los penales-puñales en el viejo Gasómetro; del barro puro a la reconstrucción. Al renacimiento. El resto, historieta conocida (hasta Capital del Básquet nos declararon…), gracias al relato de Saúl, de Mineo. Al repaso al detalle de Lanús 2000 TV. A nuestras voluntades. A nuestros próceres con botines. Fuimos la pegada de Villagrán, las manos mágicas del Lechu Herrera en Quilmes, la enjundia del Pampa Gambier (y su 9 Dapsa Topper, en mi placard), el corazón de la Urraca (y el primer trofeo levantado al mundo), el gol al cáncer de un rapado Huguito contra San Lorenzo, la palomita de Graziani que me desmayó; el cabezazo antológico del Pepe Sand en La Bombonera, el equipo de Ramón, el tiro libre de Goltz en el Pacaembú… Fuimos eso. Seremos más.
Cada uno tendrá su grito surfeando el éter. Su Dios. Su cruz. Cada uno llevará su propio nudo en la garganta. Aunque, en definitiva, se trate de la misma pasión, de la misma declaración de amor de cada día, todos los días. De la defensa de un mandato. De la justificación de una elección. Hablamos de identidad. De raigambre. De un ADN en común. De una familia. De patear para un mismo lado y buscar el ángulo, incluso con viento en contra. De colgarse del mismo alambrado y abrazar la gloria. Aun distintos. Aun iguales. Por eso, la cuenta regresiva en el Estadio de los Sueños sonó hueca en el corazón de un pueblo que no deja de ir hacia delante, que piensa a lo grande. Porque no se trataba simplemente de celebrar los 100 eneros en una ciudad vestida de granate. Se festejaba también el poder ser parte activa del primer día camino al bicentenario. Por eso, las lágrimas de fácil andar y el cóctel molotov de recuerdos, de aguafuertes suburbanas. Se brindó por lo que fue y lo que será. Y levanté la copa por tan grande privilegio. Por permitirme darte las gracias de ser quien soy más allá de una pelotita de fútbol. Granate, de la cuna al cajón. Gracias Lanús, por todo lo que hiciste. Gracias Lanús, por todo lo que das. Gracias. Sólo llevo tu imagen en mi mente, grabada tan patente, con inmenso fervor…
 Martín Macchiavello

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